Sobre la contratación de Leo Messi

Cuando uno lee las astronómicas cifras que se han publicado sobre el contrato de Leo Messi no puede menos que sentir cierto estupor y hasta perplejidad, ya que escapan a cualquier criterio de racionalidad e incluso de sentido común. Podemos sin duda pensar que la más cualificada o reconocida persona del mundo, o sin duda una de las mejores, en cualquier ámbito profesional habrá de estar magníficamente remunerada porque ha hecho merecimientos para ello y porque ha destacado en algo, de una manera muy notable sobre sus iguales, sus compañeros de profesión o de actividad. Y, desde esa perspectiva, el deportista quizá sea el menos culpable de que se genere tan disparatada situación.

Pero, dicho esto, ¿cuándo consideramos que es mucho, incluso desorbitado? Pues bien, este es uno de esos ejemplos. No basta justificarlo con argumentos como que el jugador lo genera, ya que además el futbolista se reserva en este caso el 80 % de los ingresos obtenidos por la explotación de sus derechos de imagen; o que si no se le paga ese dinero estaría en otro equipo rival en España o en Europa.

Y lo que es más grave aún, no se puede vestir todo ello con un complejo entramado contractual, con una enrevesada maniobra de ingeniería financiera que hace que los conceptos retributivos sean tan variopintos como el de una cláusula de fidelidad (resulta que ahora este es un valor que se compra, que tiene precio) por importe de 39 millones de euros (así cualquiera quiere una camiseta y hasta besa un escudo) o la brillante creatividad de inventar unas primas multimillonarias que eran inéditas hasta la fecha; y todo ello, además de su salario fijo, sus derechos de imagen, dietas y otras enrevesadas variables por objetivos.

El problema principal radica en este, como en otros casos similares, en que el que realiza estas astronómicas disposiciones, el que adquiere estos desorbitados compromisos, no lo hace con su dinero, no los afronta asumiendo una responsabilidad directa sobre su patrimonio, sino que dispara con pólvora ajena; en este caso no del rey, sino que lo hace con las arcas de un club privado, pero que, a la postre, repercute en todos, ya que la entidad adquiere deudas con Hacienda y con la Seguridad Social, que muchas veces quedan sin satisfacer, además de afectar al dinero aportado por socios y patrocinadores.

De ese tipo de herencias envenenadas, de cargas inasumibles que se dejan a los sustitutos, a los sucesores, se sabe mucho en política, cada vez que hay un relevo institucional; y, desgraciadamente, también lo estamos viviendo en nuestro deporte más cercano con ejemplos como el del Deportivo de La Coruña, en su día el Compostela, o, en menor medida, el Celta de Vigo, que se encuentran, o pasaron, por un erosionante concurso de acreedores, motivados por las gestiones de sus dirigentes, predecesores de los actuales, que en nada vieron afectados sus patrimonios ni sus pecunios personales.

Hasta que no se exijan responsabilidades severas ni se depuren comportamientos tan irregulares y disparatados seguirán sucediendo estas auténticas barbaridades, ya que el dinero de un club parece no ser de nadie, ni doler a nadie su pérdida. Y salen a la luz estos problemas únicamente cuando surgen penurias o problemas deportivos, ya que los éxitos, en forma de ascensos o de títulos, lo enmascaran y lo justifican todo. Pan y circo, una vez más. Y no debería ser así, ni permitirse, cuestión esta que atañe a los responsables políticos, institucionales y, en su caso, hasta de las distintas inspecciones o incluso judiciales.

 

Artículo redactado por Miguel Juane para el diario La Voz de Galicia. Fuente: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2021/02/02/sobre-contratacion-leo-messi/0003_202102G2P15991.htm

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