Durante la vigencia de la pandemia, una de las restricciones que ha sufrido más variaciones ha sido la de la asistencia de público a los eventos deportivos. Desde una limitación total a la posibilidad de acudir a ver estos espectáculos en vivo y en directo, si bien en grupos reducidos y con un necesario control de aforo y de accesos a los distintos recintos deportivos, dependiendo de si se trataba de instalaciones al aire libre o recintos cerrados.
La práctica deportiva, en su pura y simple esencia, no necesita de público para su desarrollo. Pero la competitiva, la que mide o enfrenta las habilidades de los contendientes, parece que va ineludiblemente asociada a la presencia de público, que no solo disfruta de su disciplina deportiva preferida sino que vuelca su pasión por el equipo o deportista en los que deposita sus sentimientos.
Hace apenas un año parecía inconcebible celebrar conciertos, representar obras de teatro o jugar competiciones oficiales sin público que asistiese a disfrutar del espectáculo, si bien las nuevas tecnologías, la mejora en las retransmisiones audiovisuales y las plataformas y webs que facilitan el seguimiento vía streaming han hecho que los aficionados hayamos podido seguir los deportes en sus múltiples vertientes y en sus más variadas ofertas. Pero, en todo caso, no es lo mismo, no puede ser lo mismo.
Toda la ceremonia que rodea la asistencia a un evento deportivo no se puede suplir con ningún avance tecnológico. El calor humano, la pasión de las aficiones, el pre y el post partido, la necesaria sensación de socializar, la de compartir una pasión, la del sentimiento de tribu, de pertenencia a un colectivo que comparte sentimientos y sensibilidades, solo se puede vivir asociado a la visita a un recinto deportivo en día de competición.
Sin duda, para el deportista profesional la falta de público que le arrope, que le estimule, que le dé ese empuje adicional en partidos trascendentes; o para los jóvenes deportistas que quieren verse arropados y amparados por sus familiares y amigos, la falta de gente en los graderíos se hace especialmente dura y, en ocasiones, desmotivadora.
Como en tantos acontecimientos y experiencias inimaginables que nos ha tocado padecer con esta inesperada pandemia, los ciudadanos han sido los más ejemplarizantes, los más responsables, respetando las medidas que se han impuesto, limitando sus derechos más esenciales y hasta sus pequeñas rutinas más satisfactorias. En los eventos en los que vuelve a permitirse la entrada de público, aunque sea de forma gradual, volvemos a apreciar que la gente es comprensiva, solidaria y harto respetuosa, que prima el interés general y el bien común a la mera satisfacción individual e irracional. Y así debe seguir siendo.
Todos deseamos volver a ver los estadios, los pabellones, los circuitos o las pistas llenas de gente apoyando a los suyos, pero es evidente que razones de prudencia, de coherencia y hasta de responsabilidad, solidaridad y respeto hacen que tengamos que esperar a que las circunstancias lo permitan, a que esta pesadilla se acabe y a que podamos volver a vivir nuestra pasión en su plenitud. Ojalá que sea pronto. Ya falta menos.
Artículo redactado por Miguel Juane para el diario la voz de Galicia. Fuente: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2021/04/02/anhelado-calor-publico/0003_202104G2P16993.htm